Hay algo profundamente nostálgico en cómo una imagen puede detener el mundo por un instante. En esos gestos congelados, en esas miradas que ya no están, habita una memoria compartida. Son fragmentos de vida que no hablan con palabras, sino con silencios, luces, sombras… y emociones que no necesitan traducción.
Recordamos más con los ojos que con la mente. El viejo proyector en casa de los abuelos, lanzando sombras danzantes sobre la pared. Las cintas de VHS con rayas que arrastran fantasmas del pasado. El álbum de fotos que cruje al abrirse, como si despertara de un largo sueño.
Cada imagen cuenta una historia que ya no existe, pero que insiste en volver cada vez que la miramos. Nos encontramos allí, más jóvenes, más ingenuos, más vivos quizás. Nos vemos en el marco de una ventana, en el reflejo de un charco, en el desenfoque de una tarde de verano que ya no volverá.
Las narrativas visuales no solo nos muestran lo que fue, sino lo que sentimos entonces. Son una forma de sostener el tiempo entre las manos, aunque se escape. Nos enseñan que la nostalgia no es tristeza, sino un amor profundo por todo lo que alguna vez fuimos.
Gaba
Laguna Cyprien
Ananas Ananas
Mubi
Furia Paris
Les Oelletes
Molino ‘El Pujol’
Saint
Goya Taller
La Puerta Al Cielo
Coralillo
Malix
Hacienda Navajas
Soho House
Cana
Panerai
Atla
María Cacao
Collina Estrada
Loona
Brutal
Lomma & Limma
Niddo
Cicatriz
Bajel
El Mercado
Rafael
Roca Hi-Fi
Materia